jueves, 30 de abril de 2009

The way we were


bla bla bla
Flashback 2005

La tercera vez que nos vimos él estaba más nervioso que la primera vez. Me bajé del colectivo y lo vi en la esquina que habíamos pactado. Me acerqué y él me miró con la sonrisa más honesta. Todavía yo dudaba. No estaba segura. ¿Quería seguir conociéndolo? ¿Era él lo que yo necesitaba para ese momento de mi vida?


Unos días antes, casi sin motivo, había estado pensando en los muebles antiguos. Adoro los muebles antiguos. Toda su solidez. Muebles de una época donde las cosas necesitaban espacio y tenían peso. No lo digo en sentido figurado. Quien tenga una mesa antigua sabe de lo que hablo. Los muebles antiguos son grandes y pesados. Nacieron pensados para familias numerosas en una época donde se compraba una mesa para que durara. No sé si por eso me gustan los muebles antiguos. Tal vez me gustan porque me trasladan emocionalmente a la casa de mi abuela. Sus objetos delicados. Sus espejos barrocos. Sus copas en la repisa. Tal vez por todo eso. Pero supongo que había algo más. Un deseo profundo. Algo que buscaba en ese momento de mi vida. Por ahí era la necesidad de algo real, algo que permaneciera a pesar del paso de tiempo y los cambiantes estados de ánimo. Por todo eso, o tal vez sólo por casualidad, tan sólo unos días antes, mientras viajaba en colectivo, había tenido la fantasía de conocer a alguien con quien salir a mirar muebles antiguos.


El me estaba esperando en una esquina. Llegué y me saludó con alegría. Estaba nublado y todas las cosas tenían esa luz cansada de los días nublados. Caminamos juntos costeando las vías del tren. El sonría por cualquier cosa y me hablaba del lugar donde había crecido. No preguntaba mucho. Eso me gustaba. Hacía de cuenta que me conocía. Eso me sorprendía. Yo hacía de cuenta que él me conocía. Eso me extrañaba. De pronto, casi sin motivo, paramos frente a una vidriera. Un tienda de muebles antiguos. Yo me quedé mirando una muñeca de porcelana que estaba al lado un delicado juego de té. Y entonces, de reojo, lo miré, y sin que yo le dijera nada, casi como si me leyera la mente, me preguntó:

Mr. Wrong:
- ¿Entramos?



En ese momento sentí que sí, que quería entrar, que quería seguir. Y me sentí completamente segura de que lo quería a volver a ver.

Después, pasado el tiempo, los meses de noviazgo, me di cuenta de que en realidad a él nunca le gustaron los muebles antiguos.

Fingió interés sólo para conquistarme.

lunes, 27 de abril de 2009

Traeme un tequila


bla bla bla

El sábado a la noche tuve una fiesta. Una salida de chicas. Así que, aunque me sentí un poco mal, me encontré con Gastón más temprano y le aclaré que esa noche era noche de chicas y que la decisión era inamovible. El se lo tomó bien. De hecho, creo que a veces hago aclaraciones innecesarias que me hacen quedar como una tonta. El no es un chico posesivo y tiene una vida propia llena de amigos y de actividades. Pero mejor aclarar a que queden dudas y después sentirme culpable. Cenamos. Caminamos. Tomamos una cerveza en barcito de esos que dan a las avenidas y que se repiten por todo Buenos Aires. El después me dejó cerca de la fiesta y siguió su camino en el taxi.
Entré a la fiesta en medio del climax. Estaba buenísima. Yo, además, tenía muy buen humor. Me encanta Gastón. Me encanta su ternura. Que sea así, que me trate así, que miré así, que … Bueno, él me encanta. Y a veces también me gusta no estar con él para extrañarlo.
Pero bueno, pongamos en situación. Las chicas y yo en la fiesta. Mucha, mucha gente. Amigos y también desconocidos. Alcohol. Música ochentosa. Yo estaba sentada contándole a las amigas los más mínimos detalles: los días que nos quedan, las cosas que hacemos, los libros que lee, que deja destapada la pasta de dientes, que la aprieta por la mitad en vez desde abajo, que no se come el borde las pizzas y que las verduras no le gustan. Lo que hacemos todas las chicas cuando nos juntamos: hablar, hablar de todo, examinar microscópicamente todos los temas.
Entonces veo que se aparece Angy. Tiene una mueca oscura y está pálida como un vaso de leche.

Angy:
¡No sabés quién está!

Paula:
¿Quién?

Angy:
Eee… yo…

Paula (que mira para todos lados):
¿Tu ex? ¿Acá?

Angy:
No. Peor.

Paula:
¿Quién?

Angy:
El tuyo.

Todas me clavan las miradas al unísono. Levanto la vista y la miro a Ceci que está con la boca abierta como si esperara que dijera algo importante. Pero yo sólo atino a decir:

"Traeme un tequila".

lunes, 20 de abril de 2009

Yo también


bla bla bla

Y estás en el zoo. Y nunca te gustaron mucho los zoo porque estás a favor de los derechos de los animales, pero el tema es que te gustan mucho los animales. Y no hay vuelta que darle. Los animales están en el zoo. Y entonces vas. Porque es como una tautología. Un punto te remite a otro. Y así. Pero no vas sola al zoo a tragarte tus principios ecologistas. No. Él te acompaña. El sol le da en la cara. El poco sol que queda porque se está acercando el invierno. Y los primeros fríos te sorprenden con él. Y vos sonreís. Te gustan los monos y las jirafas. Y los camellos. Y el elefante te da lástima porque parece triste. Y te gustan los tigres. Y el sol te da en la cara cuando de golpe lo escuchás. Te dicen que te quieren. Y te lo dicen como si fuera algo cotidiano. Y vos contestás: “Yo también”. Y te repreguntan: “¿Vos también qué?” Y vos hacés una broma porque te pusiste nerviosa. Y porque no es lo mismo escucharlo que decirlo. Y porque siempre hacés bromas para que parezca que no te tomás nada en serio aunque no sea así. Y porque ese te quiero te remite a otro. Y a otro. Y a otros. Y entonces respondés: “Yo también”. Pero hacés bromas para alivianar la tensión y despejar esa mueca estúpida que se te hizo. Y tratás de cambiar el tema pero te vuelven a preguntar: “¿Vos también qué?”, con insistencia. Y sabés que ya está. Que vas de decir algo importante. Y entonces lo decís. Pero eso no te alarma porque se siente bien. Porque se siente así. Exactamente como se tiene que sentir.

- ¿Vos también qué?

- Yo también te quiero.


viernes, 17 de abril de 2009

El músico (4)

o casi famoso
bla bla bla

Hasta que un día empezaron las giras. Y más y más giras. Giras largas, de meses.
No es cierto que los músicos se mueren de hambre: a algunos les va muy bien. Cambian su vida de bohemios a burgueses en un parpadeo, y ese es más o menos el storyline de la vida de Roco.

En una ocasión, que él volvió del sur y yo justo volví de viaje al mismo tiempo, nos encontramos en la esquina de Corrientes y Callao. Pero nada era lo mismo. Él era otro. Primero que nada, un par de chicas se paraban a hablarlo mientras ibamos caminando y yo nos les importaba nada. En segundo lugar, él estaba distante. Cuando comencé con el interrogatorio, y así nomás, sin que mediara nada pero nada de tacto, tuve pruebas contundentes de su perra sinceridad: “Conocí a otra chica”.

Crash.

Me puse mal pero seguí con mi vida. No fue difícil. Mucho no lo veía por las giras y yo tampoco sentía lo mismo que antes. El me siguió llamando y seguimos en contacto. La otra chica tampoco se bancó todos sus viajes, y, como siempre, terminó solo.

Tengo que admitir que más de una vez, cuando lo necesité, estuvo. Incluso en una ocasión que perdí a un familiar que quería muchísimo fue el primero al que llamé. Hablar con él siempre me ayudó en mis momentos más terribles. Al mismo tiempo, yo era la primera al que él llamaba.

Sin duda, a pesar de las fluctuaciones, siempre tuvimos una relación especial. Pero también su confusión me lastimó bastante. Me acuerdo particularmente de una noche. Me invitó a ver una banda. Fuimos a San Telmo, el lugar donde nos conocimos. Y yo creo, no sin motivos, que me ilusioné con una reconciliación. Pero nada. Ni siquiera me dio un beso. Volví llorando en el colectivo con las carilinas estrujadas en la mano.

Y así pasaron los meses y nos volvimos a ver cuando él se mudaba. Dejaba la pensión para irse a vivir a una quinta con una pileta increíble. Nos abrazamos. Fue un abrazo hermoso. Y creo que para mí ese fue como un final simbólico. Al mes, al mes exacto, conocí al hombre que más me iba a ser feliz por más que después terminara siendo nada más y nada menos que Freddy Kruger.

Y todo lo demás es historia. Los años que estuve de novia Roco desapareció de la faz de la tierra. Algún mail esporádico. Alguna charla de msn. Mientras tanto, empezó a tomar alcohol, a comer carne y ganar mucho dinero. Yo, en cambio, empecé a creer en el tarot, el e-ching y la numerología. Y no sé bien en qué momento, sin darme cuenta, cambié muchísimo: me volví la novia más cursi y ridícula desde que se inventó la rueda. Cuando rompí con mi ex, Roco fue el primero que apareció. Llamados por teléfono. Palabras de aliento. Incluso en una ocasión me llevó a pasear. No creo que haya sido una estrategia de su parte. Me parece que no podía verme mal.

Y cuando pude sentirme un poco mejor, un día, Matías no perfecto vino a tomar el té a casa. Roco volvió a desaparecer. Y todo lo demás es historia.


miércoles, 15 de abril de 2009

El músico (3)

o aquellos tiempos felices
bla bla bla

La segunda cita fue exquisita. Esa noche caminamos por media ciudad. Hablamos un montón, yo de Foulcault, él de Bach, para después terminar escuchando a desconocidos cantar canciones de Sin banderas, Maná, Arjona, Luis Miguel en un cantobar.

Fue muy extraño. Era como si nos conociéramos. Como si hubiéramos sido vecinos desde chico, como si hubiéramos ido al mismo colegio, tuviéramos los mismos amigos. Esa noche yo tenía ganas de irme con él pero, a pesar de sus insistencias, me hice la difícil. Me acompañó a tomar el 7, y dejamos pasar de largo como 7 colectivos para besarnos en la parada.

Apenas llegué a mi casa, mientras estaba cerrando la puerta, Lola me preguntó qué tal me había ido. Yo, con la peor cara de cursi, le contesté: “Creo que estoy enamorada”. Y me apoyé sobre la puerta en medio de un suspiro.

En la tercera cita me invitó a cenar a su casa. Una pizza vegetariana. Su casa era una habitación de pensión, enorme, que sólo tenía una cama, varios libros de budismo y un piano. Sus vecinos, que no sé si eran japoneses, chinos o coreanos, venían a cada rato para charlar con él. Me presentó a Lai Yiu-fai, (yo le puse así en honor al protagonista principal de Happy together), y fuimos hasta la cocina a tomar té de jengibre. Una delicia.

Y por un tiempo todo fue así. Yo le hablaba de la microfísica del poder, el panóptico, la sociedad de control. El… El me hacía perder el control. Y siempre trataba, inútilmente, de convencerme y hacerme una vegano.

De a poco, y con naturalidad, me fue introduciendo a su mundo extraño con música clásica de fondo hasta que todo eso me empezó a resultar de lo más corriente y rutinario.

Pero un día…


martes, 14 de abril de 2009

El músico (2)

O el amor y la numerología
bla bla bla

Flashback – Sábado por la noche – Año: 2003

Un amigo nuestro había venido de Mar del Plata y quería conocer San Telmo. Había luna llena. Roco-Debilidad estaba deambulando con su primo uruguayo, que años después sería un traficante de fósiles en Cabo Polonio. Su primo y mi amiga Angy, la enamoradiza, se flecharon y se pusieron a hablar. Enseguida estaban a los besos en una esquina de Plaza Dorrego.
Roco se me acercó. A mí no me llamó particularmente la atención. Nuestro pobre amigo se volvió al hotel. Yo me quedé.
Hacía calor. Luna llena. Los ojos azules de Roco. Y todo lo demás surgió como en medio de un encantamiento. Roco tiene la mirada más dulce que vi. Esa noche nos sentamos en la vereda y por supuesto que me improvisó una canción. Tenía una armónica en el bolsillo. Sería uno de esos números conquistadores que haría siempre. Para colmo funcionó. Obvio. Angy y el primo de Roco jamás se volvieron a ver. Nosotros dos esa noche nos besamos.
Después me puso al tanto de su obsesión por el nº14 y me acompañó a tomar el 7 que es precisamente la mitad de 14. Me pidió el teléfono. ¿Y adivinen con qué número terminaba mi teléfono de aquella época? Sí. Sí. Con 14.

Llamó, llamó y volvió a llamar.

Y así consiguió la segunda cita.


domingo, 12 de abril de 2009

El músico (1)

O de cómo lo conocí a Roco-Debilidad
bla bla bla

A Roco-Debilidad lo conocí hace ya muchos años atrás. Yo todavía iba a la facultad y era una chica muy estudiosa y seria, que estaba pasando por mi momento más ateo y científico. Roco, en cambio, estaba pasando por su momento más místico. Había dejado de tomar alcohol, de comer carne, y cualquier otra clase de “cosas” porque el número 14 lo “seguía” y el 14 representaba los extremos. En ese momento de su vida para él todo era blanco o negro y entonces había elegido el camino de los vegetarianos acérrimos. Ni leche ni huevo. Definitivamente no sé qué comía. Obviamente que yo no me lo tomaba en serio después de semejantes afirmaciones numerológicas. Es más, prácticamente me reía en su cara con un vaso de cerveza en una mano y una hamburguesa en la otra. Pero por otro lado se estaba lanzando a vivir de la música y mientras tanto trabajaba en un locutorio de Once. Eso era muy admirable para mí que escribía medio a escondidas, sin tomármelo en serio. En ese tiempo de lo único que yo hablaba era de Foucault. Foucault me había pegado como si fuera un Reggaeton en la playa. A Roco sólo lo escuchabas hablar de Bach. Toda la vida de Bach era como un misterioso mapa espiritual para él. En fin, dos freaks en sus momentos más freaks que convergieron una noche de verano en Plaza Dorrego.

Yo tenía puesto un pantalón rojo.

Él siempre se acuerda de ese detalle.


sábado, 11 de abril de 2009

Insistente


bla bla bla

La aparición de ultratumba de Roco-Debilidad derivó en una suerte de mensajitos de texto a mitad de la madrugada. “¿Qué estás haciendo?”, “¿En qué andás?”, “Te paso a buscar”, como si mis negativas lejos de alejarlo lo acercaran. Por suerte, la presencia de Gastón sirve de escudo protector contra todas sus iniciativas. Gastón me gusta. Me hace bien. Tiene la capacidad de calmarme. Y yo estoy en un momento en qué las montañas rusas no me atraen y, en cambio, me seducen de sobremanera la serenidad y la belleza de una tarde de sol.

Pero eso no lo detiene. Roco-Debilidad sigue insistiendo. Y sigue. Y sigue. Como una publicidad de pilas.

Aunque nunca antes les conté la historia con Roco-Debilidad. ¿No?


miércoles, 8 de abril de 2009

Síntomas preocupantes


bla bla bla

Estoy preocupada. Tengo síntomas de desgano y decaimiento. No tengo fiebre ni me duele nada. Pero ando con pocas ganas de hacer cualquier cosa. Incluso de escribir. De hecho, y esto es lo que más me preocupa, de lo único que tengo ganas es de estar con Gastón. De ir al zoo con Gastón. De ir al super con Gastón. De tomar el colectivo con Gastón. De ver la tele con Gastón. De vivir el evento de unas sábanas recién puestas con Gastón y que el olor a fresco del suavisante nos transporte. Y si no comprende porque es un evento el olor a fresco de las sábanas recién puestas, entonces no sé. No sé si quiero vivir ese evento con Gastón. Últimamente quiero todo con Gastón. Soñar. Dormir. Despertarme. Comer huevos de pascuas con Gastón. Regalarle música a Gastón. Cantarle al oído. Todo. Ser el póster de la chica ideal y que me cuelgue en la puerta. Tejerle una bufanda. Cocinarle brownies. Que vengan los primeros días fríos y tomar una sopa con él. Tengo ganas, muchas ganas, de ser la más cursi. Quiero ser más cursi que una canción de Shakira. Y más vale que me apure porque tengo poco tiempo. Tengo que lograr hacer todo esto antes de que llegue el 18 de Junio y Gastón

se vaya.

jueves, 2 de abril de 2009

Triste Chica Cosmo (4)

o acerca de los recuerdos imperfectos
bla bla bla

Cuando estoy debajo de la ducha, a veces tengo pensamientos muy tristes. Como si el agua me atravesara. Me dejara rota.

No sé bien en que momento de mi vida me di cuenta que hay mujeres que nacieron para ser perfectas y otras que no. Las vidas de las perfectas son vidas lineales. Consiguen todo lo que se proponen al primer intento. La independencia económica. El vestido negro que lo disimula todo. La dieta de adelgazar que verdaderamente funciona. El hombre de sus sueños.

Otras, como yo, en el medio nos confundimos un poco. Nos perdemos. Nos anotamos en varias carreras a la vez. Nos apasionamos con cada una. Adelgazamos 5 kilos. Los volvemos a engordar. Conocemos a un hombre. Nos enamoramos perdidamente. Pero de un día para el otro nos damos cuenta que el hombre de nuestros sueños es nada más y nada menos que Freddy kruger.

Aún así, volvemos al ruedo. Al tema de las citas. Y, aunque debajo de la ducha extrañamos a Freddy, sabemos que estamos en paz. Que ya sólo nos vemos con él en nuestras peores pesadillas.

Como el pasto siempre es más verde en otro jardín, con las perfectas nos envidiamos mutuamente. La perfecta envidia nuestra despreocupación y nuestra fragilidad. Nosotras, la perfecta linealidad de la vida perfecta que jamás conoceremos.

Una vez, una perfecta y yo nos disputamos un chico. Uno de los hombres que más amé. Y por supuesto que ganó la perfecta. Pero, intuyo, que cuando la perfecta se descuida, él tampoco le puede escapar a sus recuerdos imperfectos. Por más que la perfecta lo intente no puede contra algo que está absolutamente fuera de su control: los recuerdos no pueden ser saboteados. Son propios, personales e instransferibles.

Y esa es nuestra revancha. Imperfecta, obvio, ya que es también nuestro peor castigo.

Siempre seremos recordadas con ternura pero no con el suficiente amor como para no ser



sólo un recuerdo.


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