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Flashback 2005
La tercera vez que nos vimos él estaba más nervioso que la primera vez. Me bajé del colectivo y lo vi en la esquina que habíamos pactado. Me acerqué y él me miró con la sonrisa más honesta. Todavía yo dudaba. No estaba segura. ¿Quería seguir conociéndolo? ¿Era él lo que yo necesitaba para ese momento de mi vida?
Unos días antes, casi sin motivo, había estado pensando en los muebles antiguos. Adoro los muebles antiguos. Toda su solidez. Muebles de una época donde las cosas necesitaban espacio y tenían peso. No lo digo en sentido figurado. Quien tenga una mesa antigua sabe de lo que hablo. Los muebles antiguos son grandes y pesados. Nacieron pensados para familias numerosas en una época donde se compraba una mesa para que durara. No sé si por eso me gustan los muebles antiguos. Tal vez me gustan porque me trasladan emocionalmente a la casa de mi abuela. Sus objetos delicados. Sus espejos barrocos. Sus copas en la repisa. Tal vez por todo eso. Pero supongo que había algo más. Un deseo profundo. Algo que buscaba en ese momento de mi vida. Por ahí era la necesidad de algo real, algo que permaneciera a pesar del paso de tiempo y los cambiantes estados de ánimo. Por todo eso, o tal vez sólo por casualidad, tan sólo unos días antes, mientras viajaba en colectivo, había tenido la fantasía de conocer a alguien con quien salir a mirar muebles antiguos.
El me estaba esperando en una esquina. Llegué y me saludó con alegría. Estaba nublado y todas las cosas tenían esa luz cansada de los días nublados. Caminamos juntos costeando las vías del tren. El sonría por cualquier cosa y me hablaba del lugar donde había crecido. No preguntaba mucho. Eso me gustaba. Hacía de cuenta que me conocía. Eso me sorprendía. Yo hacía de cuenta que él me conocía. Eso me extrañaba. De pronto, casi sin motivo, paramos frente a una vidriera. Un tienda de muebles antiguos. Yo me quedé mirando una muñeca de porcelana que estaba al lado un delicado juego de té. Y entonces, de reojo, lo miré, y sin que yo le dijera nada, casi como si me leyera la mente, me preguntó:
Mr. Wrong:
- ¿Entramos?
En ese momento sentí que sí, que quería entrar, que quería seguir. Y me sentí completamente segura de que lo quería a volver a ver.
Después, pasado el tiempo, los meses de noviazgo, me di cuenta de que en realidad a él nunca le gustaron los muebles antiguos.
Fingió interés sólo para conquistarme.