jueves, 26 de febrero de 2009

CARALIBRO


bla bla bla

Gastón me mandó una invitación por facebook.

Como si en el mundo real no le bastara, ahora también en el mundo virtual, se le dio la gana de ser mi “amigo”.


viernes, 20 de febrero de 2009

ACCIDENTES DOMESTICOS


bla bla bla

Apenas lo llamé y me dijo que venía me arrepentí. ¿Para qué lo llamé a Matías? ¿A qué viniera a mi rescate? ¿Justo él? Pero me había dicho “En diez minutos estoy” y yo me quedé temblando como una hojita. No sé que tiene que me genera todas estas cosas. Así que me senté a esperarlo pero sin quedarme con las manos cruzadas.

Voy a google-todopoderoso-amén. Escribo: remedios caseros para las quemaduras. Entro en un foro de yahoo. Leo: “El mejor remedio casero para las quemaduras con agua caliente es ponerse instantáneamente la yema de un huevo sobre la herida”. Completamente fuera de todo margen de racionalidad, pongo el pie sobre una palangana y, crash, rompo un huevo sobre mi pie. No sé si fue efectivo pero la verdad que me alivio el ardor. Matías llega muy rápido. Suena el portero.

Matías:-Paula, soy yo. Bajá que nos tomamos un taxi y vamos al hospital.

Paula:-Subí que ya llamé a un remís.


El sube. Le abro con lágrimas en la cara y sin ninguna clase de reparo en disimularlas. Tengo el pie en una palangana, cuanto glamour.

Matías:-¿Qué te pusiste? ¿Huevo?- se ríe de mí como un enajenado.

Paula:-No te rías. No sabía que hacer -Pero yo también me rió mucho-.

Matías pone agua sobre una jarra, me empieza a lavar el pie y me lo seca con cuidado. No para de hablar un minuto mientras yo asiento en medio de un patético llanto y suspiros entrecortados.

Matías:
-Cómo te vas a poner un huevo. Sos un personaje. Dejá de llorar que desde ya te digo que no es nada. Esto no es nada. Ponele que duela un par de días. ¿Podés pisar?

Asiento con la cabeza.

Matías:
-¿Qué? ¿No hablás? ¿No querés que te vaya a comprar duraznos también? Por ahí sirve para las quemaduras.

Paula (En medio de un ataque de risa mezclada con lágrimas):
-No te burles de mí. Puedo pisar pero no me puedo poner las ojotas.

Matías:
-Bueno, dame que te llevo la otra en la mochila.

Paula:
-No. Dejá. La pongo en la cartera- le dije toda compungida.

Matías:

-Que maricona que sos. No es para tanto. Dejá de exagerar.

Nos subimos al remís. Llegamos al hospital. Me siento incomoda. Fui hasta el hospital con la ropa que tenía puesta entrecasa y teniendo en cuenta que hacía 40 grados de sensación térmica. Una pollera minúscula y una musculosa vieja, suelta, bien estirada, de esas que no dan más. Me atienden rápido. El médico me hace poner el pie sobre la camilla. La pollera es tan corta que me da vergüenza tener la pierna sobre la camilla. El médico se va un minuto, minuto suficiente para que Matías y yo nos miremos con incomodidad. Pero él se pone a hablar como siempre.

Matías:
-¿Viste el médico? Para mí que es gay.

Paula:

-No. ¿Te parece?

Matías.
- Sí. Es re gay. Y vos bajándote la pollera. Eso es el ego femenino.

Yo sigo sobre la camilla con el pie en alto. Regresa el médico. Me pone una crema marrón sobre la herida. Me venda la punta del pie con gasas blancas.

Médico:
-Esto no es nada, eh. Te dejás esta venda 24 horas y después ponete mucha crema humectante nada más. Y listo. Ya te podés ir.

Salimos a la calle. Justo hay una verdulería sobre la esquina.

Matías:
-¿De verdad no querés duraznos para tu pie? ¿Estás segura?

Nos reímos. Nos tomamos el taxi de vuelta. Yo ya estaba más tranquila.

Matías:
-¿Viste que el médico era gay? – y hace una voz afeminada- “Ponete crema humectante nada más”.

En el taxi me pasa un brazo sobre la espalda. Mientras el auto está en movimiento yo me quedo pensando. Esto es así: A esta situación, la del accidente doméstico, la pude haber resuelto sola. Lo tengo que ver, incluso podríamos usar el verbo admitir, porque es muy claro. Sólo tenía que tomarme el remís hasta el hospital. Sin duda lo pude haber resuelto sola. Pero no lo hice. No sólo no lo hice: ni siquiera me di cuenta que lo podía resolver por mí misma. Eso me aterra. Esas son las clases de cosas que me aterran de mí: Al final, debajo de tanto sarcasmo e ironía, siempre termino necesitando que un hombre me cuide. ¿Soy tan elemental?

Llegamos a mi casa.

Sube. Nos sentamos. Está muy dulce. Algo que no es tan habitual en él. De golpe le empieza a sonar el celular pero él no lo atiende.

Paula:
-Atendela si querés. Por mí no te censures – le digo.

No me pude controlar. Quería que sepa que yo tenía información pero no le dije que lo vi con otra. Matías no dice nada. Silencio de cementerio. El celular suena otra vez. Es un mensajito. Lo lee y lo guarda.

Se queda un largo rato conmigo y charlamos. La verdad que se esfuerza por hacerme reír y que no piense en lo que pasó. En un momento hizo una afirmación al pasar pero que no me pareció inocente: “Vos sos igual a mí”- me dijo, mirándome fijo, cuando estábamos criticando a una pareja de amigos que tenemos en común. Finalmente me dice que se tiene que ir. Yo lo acompaño a la puerta y ahí, recién ahí, nos abrazamos.

Paula:
-Gracias, Mati. Yo te… agradezco por todo. En serio.


Matías:
-Te quedan tan lindas las lágrimas que hubiera venido a verte igual.

Paula (con vergüenza):

-No seas así.

Matías:
-La próxima pensalo mejor- continúa hablando mientras camina por el pasillo para tomar el ascensor-. No tenías que tirarte agua hirviendo para verme. No hacía falta.

Me sonrio.

El ascensor llega y él se va.

Mi pie izquierdo


bla bla bla


Hay días que algunas partes del cuerpo que habitualmente pasan desapercibidas cobran un protagonismo sorprendente. Ayer le tocó a mi pie. A mi pie izquierdo.

Todo empieza así. Un día normal en un departamento de soltera. Resulta que era el mediodía. Resulta que tenía hambre. Resulta que estaba yo haciéndome unas pastas que pensaba comer con una salsa muy rica que tenía congelada. Cuando pasa el tiempo de la cocción voy con inocencia a colar los fideos y entonces sucede algo que todavía no puedo explicar: el agua caliente de la olla cae sobre mi piecito.

Me arde. Me está quemando. Llanto. Desesperación. Estoy asustada. Estoy sola. Llamó a mi mamá por teléfono y no me puedo comunicar. Llamo a mi mejor amiga y no me puedo comunicar. Llamo a la prepaga y me ponen en espera. Finalmente hice algo insospechado. Algo verdaderamente extraño de pura desesperación.

Lo llamé.

Ni a Gastón ni a Sebastián, que eran las opciones más lógicas. Y aunque me hubiera encantado, porque fue lo primero que se me vino a la cabeza, tampoco lo llamé a mi ex.

-¿Paula?

-(Llorando como si tuviera tres años) Me quemé el pie. Me quemé el pie. No sé qué hacer.

-Bueno, quedate ahí que en 10 minutos estoy allá. Tranquila.

Sí. Sí. Era Matías no perfecto.


(continuará)

lunes, 16 de febrero de 2009

sábado, 14 de febrero de 2009

El más lindo del colegio


La triste historia de amor de Paulita
bla bla bla

Cuando tenía 8 años llegó a mi colegio un chico. Se llamaba Lautaro. Yo iba al A y él al B. Tenía los ojos azules y el pelo castaño claro. Su sonrisa era perfecta. Yo no jugaba demasiado con los otros chicos. En el recreo, casi siempre, me quedaba cerca de las maestras que aprovechaban ese tiempo para chusmear entre ellas. Me acuerdo que una vez mi maestra preferida, Laura, mientras los varones jugaban al fútbol en frente de nosotras, se acercó hasta mí y delante de la maestra de quinto me preguntó:

Laura:

-¿Te gusta Lautaro?

Paulita (que sintió como la sangre le venía a las mejillas hasta hervir):

- No. No me gusta. – contesté, mientras las maestras se sonreían con complicidad.

Por supuesto que me gustaba. ¿A quién de nosotras no? Desde que llegó al colegio nos derretía con su miradita de galán, la seguridad que tenía cuando hablaba. Era hermoso. Era perfecto. Era… imposible. Y había sido el novio de Meli, una de mis compañeras.

En el recreo lo miraba de lejos, como si el patio fuera en una pantalla y yo estuviera mirando a una estrella de cine, pero nunca le dije nada. Ni hola. El le pasaba la pelota a los demás varones que con el pasar de las horas se ensuciaban cada vez más el delantal blanco. Sentía que esos segundos, entre pase y pase, duraba semanas. Como si el tiempo entrara en una especie de dimensión dolorosa. Y entonces él sonreía y todo lo demás se volvía pequeño, tan pequeño, como esas hormigas que iban y venían llevando imperceptibles raciones de alimento sobre el cuerpo entre las baldozas grises del patio.

Una vez tuve que ir a su grado a llevar el libro de asistencia y cuando entré noté que me miró.

En la otra hora, él vino a mi grado con la caja de tizas. Tizas de todos colores. Se paró delante de mí, de su bolsillo sacó algo, me miró fijamente y delante de todos dijo:

Lautarito:

- A mí me gusta ella – señalándome con una regla como todo un ganador.

Creí que me moría. Me di vuelta pensando que señalaba a alguien más. Pero no. Le sonreí con vergüenza. Cuando se fue, Meli no me quiso prestar el sacapuntas. Ahí me armé un gran dilema existencial y no hay que subestimar los problemas de los niños. ¿Tenía que elegir entre Lautaro el amor de mi vida y Meli la dueña del sacapuntas? ¿Cómo iba a hacer eso?

Me acuerdo que llegué a mi casa sintiéndome mal. Entre la culpa, la ansiedad, mi atracción por ese chico, demasiado estrés para mí. Demasiado. Mi mamá me tomó la temperatura y estaba con fiebre. Me llevaron al médico.

Pediatra:

- Señora, su hija se tiene que quedar internada. Tiene neumopatía.

Un mes internada con suero al mejor estilo de Marianne, la hermana que se enferma de amor en Sensatez y sentimientos. Lo peor no era eso. Estaba sin televisión.

Miraba por la ventana mientras pensaba en él. No me abandonaban esas ganas de volver a verlo.

Las vacaciones de invierno justo coincidieron con mi reclusión. Mi prima, Pía, que iba a mi grado, y cuando era chiquita era muy mala, un día me fue a visitar a la clínica.

Paulita:

-¿Y Lautaro?- le pregunté.

Entonces me dio la noticia.

Pía:

- Se cambió de colegio-me dijo.

Hice un movimiento tan brusco que casi me saco el suero. Pero para rematarla, siguió:

- … y antes de cambiarse de colegio se amigó con Meli.

Sentí que la camilla temblaba, que yo ya no tenía nada que hacer. Comprendí que nunca más lo volvería a ver. Que el patio siempre iba a ser gris, que las hormigas iban a plagar los cimientos del colegio hasta destruirlo. ¿Pero eso ahora que importaba?

Pero la historia no termina ahí. No. Desde entonces, sigo buscando a Lautaro entre las multitudes segura de que si veo sus ojos azules, esos ojos tan especiales que jamás olvidé, lo voy a reconocer.

Y cuando ese día llegué, recién ahí, voy a dejar de odiar San Valentín.

martes, 10 de febrero de 2009

QUE COSAS RARAS QUE PASAN


bla bla bla

Después de verlo a Gastón quedé realmente confundida. Creo que me quiere volver loca. Nos vemos el jueves a la tarde. Hacía mucho calor. Mucho. Nos sentamos afuera en un patio lleno de mesitas. El lugar está lleno. Todos estamos afuera.

Paula:

¿Pedimos una cerveza?

Gastón:

No. Mejor una coca. ¿Querés?

Paula:

Ok. Dale.

El mozo se acerca, le hacemos el pedido, se retira. Gastón está otra vez en esos momentos de silencio abismal. Lo miro, hago mi monologo habitual, lo miro otra vez. Pienso: ¿Qué le está pasando por la cabeza a este chico? Finalmente sin dar muchas vueltas agarro y le pregunto.

Paula:

¿Y? ¿Qué era lo que tenías que decirme?

Gastón:

Yo…

El mozo vuelve con el pedido.

Mozo:

-Chicos… acá les traigo las cosas. – mientras repasa la mesa, pone los vasos y las bebidas sobre las mesa.

Gastón:

-Gracias. Que lindo día que hace, ¿no? La verdad que el día está genial.

Mozo (seco):

-Sí. Muy lindo.- contesta y atina a retirarse.

Gastón:

-No. No. Quedate.

Mozo:

-¿eh?

Gastón:

-Creo que me voy a pedir un tostado también. ¿Vos querés algo?

Paula:

- Si, quiero...

(Quiero que dejes de dar vueltas y me cuentes de una vez lo que me ibas a decir)

Paula:

- ...No. Nada. Gracias.

Mozo:

- Bueno, ya vuelvo. – Se va.

Paula:

-¿Qué me estabas diciendo?

Gastón:

- Bueno, yo…

En ese momento pasó algo muy extraño. Algo casi ridículo: Unas diez palomas se amontonaron sobre una señora de una mesa de al lado. Era una mujer realmente rara. Tenía el pelo largo, entre canoso y rubio, abultado, la nariz puntiaguda, los ojos grandotes. Estaba vestida de invierno mientras todos estábamos con mucho calor. Yo apenas tenía una musculosa y un shortcito. La señora las empezó a espantar con la cartera pero otra vez volvían a atacarla y cada vez con más saña. Todos empezamos a mirar para esa mesa porque la escena verdaderamente llamaba la atención, muy al estilo de un thriller de Hitchcock. La mujer se levantó y se fue adentro, echando quejidos como si fuera un animal lastimado.

Gastón:

- Que cosas raras que pasan, ¿no?

Paula:

- Sí. Pero bueno… Basta. Qué me ibas a decir.

Entra el mozo.

Mozo:

-Acá te traigo tu tostado, pibe.

Gastón:

-Gracias.

Se va.


Mi cara lo diría todo porque no necesité abrir la boca y empezó a hablar solo.

Gastón:

-Pau… mirá. Si pensaba contarte algo pero no es algo seguro. Prefiero contártelo después cuando se confirme.

Paula:

-¿Eh?

Gastón:

-Sí. Viste lo que dicen. Hay cosas que si las contás se queman.

Paula:

-Mirá, Gastón., no tenemos diez años. No me pongas de mal humor.

Gastón:

-No quiero que te enojes. Sí, es medio supersticioso pero bueno…

Paula:

- ¡Ojalá te atacarán las palomas a vos!

Gastón se río.

Gastón:

-Pero me salí con la mía. Estás acá- y agarró y me dio la mano mirándome fijo. Yo tuve ganas de que me diera un beso pero no. Me soltó la mano y miró para otro lado.

Paula (frustrada):

-Bueno… me tengo que ir. Tengo una reunión en un rato con Ceci y no quiero llegar tarde como siempre.

Gastón:

-Ok.

Le intento dejar paga la coca pero no me acepta

Gastón:

-Dejá. Dejá. Te invito yo.

Nos damos un beso en la mejilla, agarró mi cartera y me voy.

En la parada del colectivo me encuentro con la señora de las palomas. Me mira como si compartieramos un secreto. “Al menos no soy la única a la que le pasan cosas raras”- pienso. Ese pensamiento me alegró el día.

No sé si Gastón me gusta. Es algo que tengo que pensar mucho antes de afirmarlo. Si me gusta porque es indeciso y medio tonto, porque me tira indirectas pero después se queda a medio camino, tengo un problema. Si me gusta por eso, no sólo tengo un problema... está todo mal. Si él me gusta porque se muestra distante, si llega a ser ese el caso, y Gastón me gusta, y un día lisa y llanamente publico en este blog que Gastón me gusta, así, abiertamente, todos comprenderemos la naturaleza de mi forma de ser.




Me gusta lo que no puedo tener.



Cuanto más inaccesible mejor.

lunes, 9 de febrero de 2009

viernes, 6 de febrero de 2009

Jueves de Miércoles


bla bla bla


Y entonces pasó:


Mr. Wrong:
- Paula…

Mr. Wrong te ha enviado un zumbido.

Mr. Wrong:
¿estás?

Paula:

- Sí, acá. ¿Qué hacés?

Mr. Wrong:

- Nada. Todo bien. Quería decirte algo.

Paula:
- ¿Qué?

Mr. Wrong:

- Ya no estoy enojado.

Paula:
- No había razones para que lo estuvieras.

Mr. Wrong:

- No sé. Por ahí estaba enojado conmigo mismo.


Paula:
- Creo que tampoco había razones. Ahora entiendo que fue lo mejor.


Mr. Wrong:

- Soñé con vos un día.

Paula:
- ¿Sí?

Mr. Wrong:
- Nos peleábamos. Nos peleábamos mal. Me levanté con una bronca. No sabés.

Paula:
- Ja. Me voy pero sigo actuando.

Mr. Wrong:
- Jajajaj. No. En serio. Fue un sueño horrible.

Paula:
- ¿Y ahí se te pasó el enojo?


Mr. Wrong:

- No. Resulta que al otro día volví a soñar con vos.

Paula:
- ¿Sí? Me quedo más tranquila. Ahora soy una pesadilla recurrente.

Mr. Wrong:
- Ja ja ja. No. Esta vez no. Soñé que nos amigábamos.

Paula:
- ¿Tan fácil?

Mr. Wrong:
- Sí, así actúa el inconsciente.

Paula:
- Me alegro, loco. No me gustaba la idea de que me odiaras.

Mr. Wrong:
- ¿Pero cómo te voy a odiar, loquita?

Paula:
- Ya sé. Yo tampoco podría.

Mr. Wrong:
- No te hagas la zen.

Paula:
- Lo soy. Aunque con vos me exaltaba un poco.

Mr. Wrong:

- Conmigo no lo podés sostener, dirás.

Paula:
- Claro, me olvidé que estaba hablando con Sr. Buen Carácter.

Mr. Wrong:
- Hola.

Paula:
-¿Me pasás con él?


Mr. Wrong:

- Ja. Entendí.

Paula:
-Ya nos estamos por pelear otra vez. Mejor nos saludamos ahora.

Mr. Wrong:
- Tenés razón. Que sigas bien, loca.

Paula:
- Un abrazo, nene.



Y casi al instante se abrió otra ventana:



Gastón:
- Pau… ¡Volviste!

Paula:
- ¡Sí!


Gastón:

- ¿Cómo estás?

Paula:

- Rara. Me acaba de hablar mi ex después de varios meses.

Gastón:
- No me digas. ¿Sabés qué? ¿Por qué no te invito a tomar algo y me contás bien?

Paula:

- No hay mucho que contar. Sólo eso.

Gastón:

-Bueno… igual te invito a tomar algo. ¿Querés?

Paula:
- Umm

Gastón:
- Dale. No te vas a quedar en tu casa pensando en tu ex.

Paula:

- Estás re distinto. Muy directo. ¿Te cambiaron por otro?

Gastón:
- Ah, viste. Yo también tengo un par de cosas que contarte y necesito hablar con una amiga. ¿Qué decís? ¿Venís?

Y la intriga me pudo más y le dije que sí.


miércoles, 4 de febrero de 2009

En Mar de Ajó habitan los siomes


Para las chicas
bla bla bla


Cuando cuatro escritoras se van a la playa por supuesto que va a estar todo mal. El sol les va a molestar. La arena les va a picar. La neurosis les va a aflorar, etc. etc. etc. Pero los siomes, en cambio, siempre van a ser felices.


Mientras las escritoras piensan en la muerte y en la profundidad del mar, y citan a Cortázar y Heiddegger en la misma oración, los siomes toman mates con churros. Se sacan la remera para jugar un picadito.

Las escritoras se sienten naturalmente atraídas por las espaldas anchas de los siomes pero no lo dicen. Y entonces los miran de lejos mientras se ponen protector solar grado 80 para mantener una palidez digna de Margot Tenembaum.


-Che, ese siome está re fuerte- esboza Angie, una de las escritoras que ya encontró su musa para su nueva creación literaria.
-Más o menos- contesta Paula haciéndose la indiferente.


Y entonces uno de los siomes comete el atropello de tirar la pelota cerca de ellas. Cuando la vienen a buscar se quedan hablando con las escritoras que, como arte de magia, ansiosas de intercambio cultural, cambian el look antisocial por unas diminutas bikinis.


lunes, 2 de febrero de 2009

El O kilómetro


bla bla bla


El 0 kilómetro es un hombre que ve las relaciones bajo las premisas del consumismo: todos los años deja a su novia por una más nueva. No importa si la nueva es más linda o más fea, si es más dulce o más inteligente, si se trata de una mujer independiente o una mujer abnegada, lo importante es que su edad sea menor que a la de su ex.

Para disimular su edad, o acaso su calvicie, trata de tener onda. Usa gorras, viseras, anteojos modernosos. Se pone musculosas, se broncea, se anota en alguna actividad fuera de lo común. Su elección deportiva se inclina con naturalidad hacia el buceo o el parapente. Si se va de vacaciones a Brasil seguro que usa zunga.

El 0 kilómetro se regodea de la juventud de la mujer que tiene al lado de la misma manera que se ostenta una 4X4.

No entiende a sus amigos que llevan casados más de diez años con la misma mujer. Mira con escozor esa clase de relaciones. El 0 kilómetro es la clase de persona que jamás podrá comprender el concepto de un clásico porque, para él, un Cadillac y un Renault 12 son igualitos.

Lo que busca el 0 kilómetro no es el amor, sino su versión último modelo. Y por supuesto que está versión, junto con su sabor a mediocridad, viene con una indiscutible fecha de expiración.


domingo, 1 de febrero de 2009

El único hombre...


El otro día, mi amiga Allegra le dice a su novio delante de mí: “Te presento a mi amiga Amy. Ah, ella es una come-hombres” (para ajustarme a la verdad, Allegra dijo “man-eater” que suena casi tan mal). Yo al principio me resistí al término hasta que me obligaron a hacer memoria y me dí cuenta de que sí: me gusta salir a cazar y después servírmelos para el desayuno, justo al lado de mi omelette y mi café con leche. Cuánto más tiernitos mejor. Cuánto más bonitos, flaquitos, bien vestidos, perfumados y combinados mejor. Y encarando yo. Siempre pensé que un hombre que me gustara iba a tardar demasiado tiempo en invitarme a salir, mejor invitarlo yo y hacerle creer que era su propia idea.

Pero el único hombre del mundo que alguna vez me encaró, y cuando digo encaró me refiero a realmente con los dos testículos en la mano, venir a levantarme con la firme intención de que o se acuesta conmigo alguna vez o la muerte es preferible a esa tortura, se llama Jorge.

Jorge tiene 44 años. Cuando lo conocí tenía 42. Yo tenía 26. Ahora tengo 27. Y más orgasmos acumulados en un año que los que pensé que podría acumular el resto de mi vida.

Cuando lo conocí todo en él parecía gritarme: “Ay, nena, watch and learn”. Nos conocimos en un festival de cine. En ese momento de mi vida yo vivía con mi novio con el cuál convivía y planeaba tener hijitos. El presentaba su segunda película. Yo ni sabía quién era y tenía tantas ganas de ir a ver esa película como de meter la lengua entre las tenazas de un cangrejo, pero mis amigos iban y allá estaba yo. La película fue increíble. In-cre-í-ble. Yo soy actriz y realmente pensé que si alguna vez podía trabajar en una película así me podía sentir realizada. Así de buena era su película. Y él, super humilde. Genuinamente feliz de que un cine casi vacío hubiera ovacionado su película. El, cuarentón con onda, casado y con hijos, asumí, todo lo opuesto a los alfeñiques con los que salía yo: alto, grandote, con algo de panza, olor a asado y pelos en la espalda. El charlaba en la puerta con mis conocidos conocidos de él y yo me acerqué en éxtasis a halagar su película y a él y a su película y a él y a su película…

Cena. Yo, con mi novio, él, sentado al lado mío charlando durante toda la cena. Me prometió darme una copia de su primera película que “no se consigue” y cuando volví a Buenos Aires tenía un mail de él invitándome a que la pasara a buscar por su productora. Todo muy cordial y formal, ni siquiera nos teníamos que ver para que me la diera, hasta ahí seguía casado, con hijos y como un buen contacto de laburo. Era la época de Navidad y yo pensé qué llevarle de regalo para agradecerle el dvd. Y no tuve mejor idea que comprar un pan dulce en una confitería cara que me envolvieron como si fuera una gargantilla de diamantes en Tiffany´s, lleno de papel brilloso, un moño gigante y una bolsa de terciopelo...¡roja! ¿No será demasiado? Pensaba yo. Pero lo que jamás pensé es que él iba a interpretar mi regalo como un mensaje mafioso: “te regalo mi pan dulce”.

Si, si, Jorge es un viejito con la mente podrida. Y yo soy una pendeja con la mente muy podrida. No deberíamos habernos encontrado nunca, por el bien de las buenas costumbres.

Yo vacacionaba en Córdoba con mi novio/ marido cuando recibo un mail de Jorge que decía: “Muchas gracias por tu pan dulce. Sin segundas intenciones”. Yo no le respondo, ya me parecía demasiado acoso y no quería quedar como una pesada que está buscando laburo a toda costa. Y un mes después recibo otro mail de él diciendo que si no me gustó su primer película que se lo diga al menos. A lo cual respondí con un mail de tres páginas sobre lo increíble que estaba su peli, escena por escena.

Mail va, mail viene, no sé con que carajo llenábamos esas páginas, no teníamos mucho de qué hablar hasta que el me dice de juntarnos a tomar una cerveza.

Amy:
- “¿Cuándo? ¿Dónde?”

Jorge:
-“Cualquier día entre las 18 y las 20 hs. Si venís con tu novio pueden venir a mi casa a la pileta, si venís sola mejor encontrémonos en un bar, soy soltero y me conozco”

A partir de ahí mi cabeza se disparó como una carrera de ratones yendo a audicionar para Faivel 2. No podía dejar de pensar en esas palabras. Mi novio trabajaba a esa hora así que no podía y yo, muy jugando a la ingenua, acudí a la cita (en un bar, obviamente).

Charlamos durante una hora o dos como gente civilizada. El puso cara de interés frente a todas las cositas que yo le relataba, y después me ofreció ir a fumarnos un porrito a su casa, que quedaba a una cuadra. “Me tengo que ir en media hora” dice “Así que no me puedo portar mal”.

Yo tampoco me podía portar mal. Era super fiel y no sólo jamás le había metido los cuernos a mi novio sino que nunca ni siquiera había pensado en estar con otro tipo. Pero, como siguiendo al flautista de Hammelin, impulsada por la convención de ratoncitos en mi cabeza, traté pero no pude evitar ir con él a fumar el porro de la perdición.

Amy

acabardeacabar@gmail.com


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