
“Señora mía muy amada, gran padecimiento tuve al escribirte estos mal llamados sonetos y harto me dolieron y costaron, pero la alegría de ofrecértelos es mayor que una pradera. Al proponérmelo bien sabía que al costado de cada uno, por afición electiva y elegancia, los poetas de todo tiempo dispusieron de rimas que sonaron como platería cristal o cañonazo. Yo con mucha humildad hice estos sonetos de madera, les di el sonido de esta opaca y pura substancia y así deben llegar a tus oídos. Tú y yo caminando por bosques y arenales, por lagos perdidos, por cenicientas latitudes, recogimos fragmentos de palo puro, de maderos sometidos al vaivén del agua y la intemperie. De tales suavizadísimos vestigios construí con hacha, cuchillo, cortaplumas, estas madererías de amor y edifiqué pequeñas casas de catorce tablas para que en ellas vivan tus ojos que adoro y canto. Así establecidas mis razones de amor te entrego esta centuria: sonetos de madera que sólo se levantaron porque tú les diste vida”
Este es la dedicatoria que se encuentra en la primer hoja de “Cien sonetos de amor” de Pablo Neruda. Uno de los primeros libros que leí de él, más o menos a los 14 años. Son poemas que tienen mucha simpleza en comparación a los poemas de sus contemporáneos, y que se nutren de elementos cercanos, como la madera, por ejemplo. En todo el libro, el lector, o mejor dicho, la lectora adolescente con acné en la cara, como fue en este caso, es testigo de una devoción única hacia Matilde Urrutia. Una cantante chilena con la que el poeta compartió sus últimos años de vida. Una mujer que renunció a todo para seguirlo hasta Chile en medio de un clima político recalcitrante.
Grande fue mi sorpresa cuando el otro día, leyendo un libro de entrevistas, me enteré que Matilde encontró al Neruda de lo más campante en la cama con su sobrina, Alicia. Y grande fue mi decepción.
Neruda, el poeta que le cantó al amor con una voz única, que jura y perjura en un poemario que bienama a su mujer, así de fácil va y la engaña con otra. ¡Y encima su sobrina! Y como si eso fuera poco, me enteré que le escribió otro libro en secreto donde jura lo mismo a la otra.
Neruda, el poeta que le cantó al amor con una voz única, que jura y perjura en un poemario que bienama a su mujer, así de fácil va y la engaña con otra. ¡Y encima su sobrina! Y como si eso fuera poco, me enteré que le escribió otro libro en secreto donde jura lo mismo a la otra.
Quiero decir públicamente que me siento estafada. Si tuviera un libro de quejas, lo firmaría con mayúsculas y resaltador. ¡Yo que era una adolescente me creí que esa clase de amor podía ser posible! Y ya ven.
Si Matilide no fue tan bienamada. ¿Qué podemos esperar nosotras de los hombres que escriben un sms los fines de semanas y un mail una vez por año?
Nada, chicas. Nada.